A pesar de mi creencia de que Proust es un escritor para lectura muda y solitaria, buena parte de Le coté des Guermantes y de Sodome et Gomorre me fue leída, en alta voz, por uno de sus admiradores: Ansermet. Hemos pasado tardes leyendo él y escuchando yo. En aquella época, me resultaba penosa la lectura de Du coté de chez Swann, y del último tomo de Le temps retrouvé (lo más admirable de esa obra, para mí) por exceso de similitudes con estados de ánimo que trataba, con dificultad, de combatir en mí…

Parecería que el olvido preserva, que la niebla protege la mayoría de nuestros recuerdos y que hace posible esas fulgurantes visiones de la dormida memoria real. Ya sabemos que, para Proust, la otra memoria desvelada, esa que conservamos en la inteligencia como un apunte en una libreta, porque es transcribible, no cuenta. Es un herbario instructivo pero seco como un catálogo. La planta viva, con sus jugos, está en la otra memoria. A la recherche du temps perdu y el extraordinario último tomo de Le temps retrouvé, con el gran monumento de nuestra época a esa memoria tan vagamente intuida antes de Proust. Algo de eso estuvo por decir, y casi dijo, George Elliot.

La obra de Proust, como lo ha visto tan bien Jacques de Lacretelle, tiene como principales protagonistas la infancia, la naturaleza, los celos, las penas. Se le pueden agregar otros a la lista, pero estos son los que han atraído a miles de lectores y los que me han atraído a mí. Estas cuatro protagonistas claman a tue téte la verdad de Proust: “Soy la materia de mi libro”. Y al contarnos Proust cómo era, nos ha revelado cómo somos, en ciertos aspectos. No existe lector que no se sienta ávido de este “vital nutrimiento”: el conocimiento de sí mismo.

No nos deja recetas para curar nuestras penas fuera de una que exige talento: expresarlas. Y tan pocas personas en el mundo tienen ese privilegio que sospechamos que otro remedio ha de existir. Por ejemplo, el de aceptar con alivio y hasta alegría expresarlas por intermedio de quienes han recibido el don del verbo hecho carne.

*Publicado originalmente en este suplemento en 1971.

© LA GACETA

Por Victoria Ocampo

Para LA GACETA - PARÍS